Zembra nace desde el deseo de materializar los sueños recopilados a lo largo de mi vida. Desde muy chica supe que quería ser diseñadora de indumentaria. Mi juego preferido era buscar en la casa de mi abuela los recortes de telas que ya no usaba y para coser lo que mi imaginación me guiaba. Ya de más grande ese sueño pasó a tomar forma cuando decidí estudiar diseño de indumentaria de manera formal al terminar la secundaria. Pero al comenzar empecé a sentir que no iba a poder. Todo era demasiado desestructurado y libre como para que una persona como yo, con proyectos de vida tan concretos y estructurados, con objetivos tan poco flexibles como para dejar la imaginación y la creatividad al alcance de lo que mis profesoras me pedían, me parecía imposible. Así que no duré mucho más allá que un cuatrimestre y la mitad del otro. Antes de finalizar el primer año, ya había encontrado mis frustraciones y lo que, muchos años después entendería que sería mi cuenta pendiente. Me anoté a estudiar Administración de empresas. Ahora si era mi momento, mi parte estructurada y la que quería dejar orgullosa a mi entorno por ser capaz de estudiar en la universidad pública sentía que había encontrado mi camino, que ya no tenía que fingir que tenía creatividad y que era capaz de lograr cosas con mi imaginación. Ahora solo me limitaría a cumplir lo que el plan de estudios determinara para los próximos 5 años. Y lo hice. Me ajusté tanto que al terminar la carrera entré en una pasantía, pero fue comenzar a trabajar ahí que supe que lo mío nunca iba a ser estar en una oficina impersonal trabajando en una computara sobre tareas monótonas. Y ahí volví a sentir el sentimiento que me silenciosamente me acompañaba desde hacía algunos años, la frustración. No era capaz de comprender por qué me sentía tan infeliz si solo estaba haciendo lo que hace todo el mundo. No entendía qué había de malo en mí para no ser capaz de soportar trabajar unas pocas horas al día. Ojalá me hubiese escuchado, al final seguí insistiendo, porque también quería hacer lo que las personas de mi edad hacían, independizarme, viajar, tener mi primer auto. Y así seguí por el camino seguro, ahora ya no cuatro horas sino nueve, en una corporación, donde también tenía que hacer horas extras muy frecuentemente. Pero a lo largo de estos años de desarrollo de mi carrera profesional en el ámbito corporativo, en mi interior sabía que estaba cambiando mi tiempo y mis sueños por algo volátil como el estatus de pertenecer a una buena empresa y el bienestar de tener un sueldo al final del mes. El problema de elegir vivir la vida de esta manera es que el precio es muy alto, porque cuando lo más profundo de tu interior te grita que no es ahí donde queres estar solo hay dos caminos, el de continuar a costa de una insatisfacción constante, o el de animarse, a costa de exponerse al fracaso y a la incertidumbre. Después de muchos años de trabajo interior y tomar la decisión consciente de no querer que la vida se me pase anhelando lograr mis sueños, hoy elijo empezar a materializar este proyecto.
